El Xilófono

- ¡Está gordo!
- Tampoco es para tanto hombre...
- Pero mírale... si parece que corre con el freno de mano echado.

Esta conversación, o amago de dádiva, puede sucederse mañana, a las 22:30 de la noche por ejemplo, en un bar o en un sofá. Ya sea en Madrid o en Barcelona, con una cerveza delante o con una enorme bolsa de patatas entre las piernas que juntas actuan a modo de pinza.

- Fíjate que diferencia... ese sí que es un crack y no el tío este.

Puede que ese mismo comentario surja de nuestra boca una y otra vez hasta hacer que le piten los oídos al crack y le revienten las ganas de correr al "tío este".

Entonces ese "tío" se detendrá un momento sobre el verde cesped del terreno de juego y mirará al banquillo. Después girará su cabeza e intentará adivinar que le queda más cerca, la portería rival o el cómodo asiento que queda justo detrás de la cara de su desesperado entrenador.

Sentiremos pena por su entrenador en algún momento comprendido entre la primera pelota que toque el crack y el segundo "HUYYY" del público.

- Es una vergüenza, no baja ni a defender.

Él, siendo aún el "tío este", tomará un poco de aire y comenzará a trotar.

Sabe que no está tan fino como lo estuvo, que ahora le quedan tal vez un par de carreras y dos ocasiones claras. Pero también sabe que hace no mucho el crack estaba en sus piernas y que ahora, que es mucho mejor, lo tiene en su cabeza.

Por eso nosotros, los que pensamos que está gordo, mañana le pediremos un último esfuerzo. Con suerte "el fenómeno" puede pasarse un rato por uno de sus pies y hacernos creer que no hace falta correr para ser más rápido.

Por eso él permanecerá tranquilo, no se moverá más de lo necesario, porque aunque no esté en plena forma su nombre hará el trabajo.

- Suerte que tiene el jodío.

Pensaremos todos entonces.

(Ojalá me equivoque pero el olor a chamusquina me hace temer lo peor)